MEMORIA SOBRE LAS AGUAS
MINERALES DE QUINTO,
por el Doctor D. CARLOS VIÑOLAS,
Médico director de las mismas, Caballero de la Real Orden Americana de
Isabel la Católica, Benemérito de la Patria, condecorado con la cruz de
Epidemias, la Chiva y otras varias por servicios nacionales, Socio
corresponsal de la Academia de Medicina y Cirujía de Zaragoza, del Instituto
Médico de Emulación y de la Sociedad Económica de Amigos del País de Lérida,
ex-Ayudante efectivo de la P. M. de Medicina del Cuerpo de Sanidad Militar,
etc.
MADRID Imprenta de la Compañía general de Impresores y Libreros del Reino,
A CARGO DE D. A. AVRIAL 1854.
Nada divino les atribuiré en sentido metafísico,
pero no podré menos de reconocer en ellas cierta virtus especial para la
curación de algunas enfermedades que gratuito fuera referirla a sus
principios conocidos, ni menos a las cantidades respectivas de los mismos
que las constituyen medicinales.
INTRODUCCIÓN A LA MEMORIA DE
1840.- Página 30 de la presente.
Si en todos los tiempos ha habido entusiastas por las aguas minerales, que
tal vez con demasiados elogios, dieron margen a que se dudase de su positivo
mérito terapéutico, tampoco faltan antagonistas que poseídos quizá de cierto
espíritu de prevención, ya por la razón indicada, ya por no comprender a
primera vista como pueda obtenerse la curación de algunas dolencias, quieren
mas bien atribuir a circunstancias accidentales los favorables resultados de
las mismas que a su intrínseca eficacia medicinal.
No diré yo por cierto, que algunas curaciones aisladas basten para
establecer de un modo absoluto que estas o aquellas aguas minerales
convengan indistintamente en todos los casos y en cualquier estado de las
dolencias a que tales curaciones se refieran; pero menos razonable fuera
poner siquiera en duda sus virtudes medicinales, porque no se comprenda el
modo de obrar de las mismas en toda su extensión.
Otros por el contrario, reconociendo la eficacia de las propias aguas, pero
preocupados con la ilusoria idea de que se puede imitar y aun exceder a la
naturaleza en el mecanismo de su elaboración, han querido dar mayor
importancia a las artificiales, dorando tan atrevida pretensión con la
especiosa ventaja de poderse graduar más determinadamente las cantidades de
los principios mineralizadores, según el estado de las dolencias y
circunstancias de los enfermos, salvando al propio tiempo por este medio los
dispendios y contingencias de los viajes.
Seguramente que si así fuese, las aguas minerales artificiales deberían
merecer la preferencia; pero antes que todo, fuera preciso demostrar que las
aguas minerales pueden bajo todos conceptos imitarse; que nos son conocidos
todos sus factores medicinales; que los agentes químicos y los
procedimientos de que nos valemos para investigar, descomponiendo ese
precioso don de la pródiga naturaleza, son tan fieles y seguros que no
dejarán lugar a duda.
Finalmente, fuera necesario resolver de un modo incontestable, si las
combinaciones artificiales empleadas para obtener los mismos principios
conocidos, pueden suponerse idénticas a las que se forman en el seno de la
tierra. ¿Y es dado conocer siempre a priori a cual de los principios
mineralizadores haya de ser debida la curación de una enfermedad, para
aumentar o disminuir, según plazca, las cantidades respectivas de los
mismos? ¿Y cómo pudiera aumentarse, disminuirse, ni imitarse ese quid
divinum, ese atributo, entidad o cualidad medicinal inherente a las propias
aguas, cuya virtud terapéutica, si bien desconocida en su esencia, no puede
menos de admirarse en la curación de muchas enfermedades por más que se
ridiculice tan sublime expresión interpretada sin duda en sentido
inmaterial?
Así pues, concretándonos a las de Quinto, a no admitirse en ellas algún otro
elemento, hasta ahora desconocido, ¿cómo se explicaría la marcada diferencia
que se advierte, tanto al paladar como en el estómago, bebiéndolas en la
fuente o fuera de ella, mayormente no demostrando la análisis sustancia
alguna gaseosa que pueda evaporarse? Por último, ¿cómo se comprenderían esas
sorprendentes curaciones que vemos todos los días, si tuviésemos que
referirlas siempre a solos sus principios conocidos?
El fluido de naturaleza indeterminada, del que hablan los autores
contemporáneos, cuya existencia se revela a unos y se oculta a otros, no
menos que la del aire atmosférico y ácido carbónico, y la notable diversidad
que se advierte en las cantidades de sus bases respectivas comparadas las
diferentes análisis de las mismas, ¿no prueban que los medios de
investigación dejan todavía algo que desear?
Por último, con respecto a los viajes, si bien es cierto que llevan consigo
incomodidades y dispendios, ¡cuántas veces no influyen muy poderosamente en
la curación de los enfermos! ¿Y cuál de ellos no se siente reanimado con la
halagüeña esperanza de encontrar el alivio de sus rebeldes dolencias en los
baños o aguas a que se le destina? Además de que todo puede darse por muy
bien empleado para conseguir la salud.
He aquí, pues, como jamás de las aguas minerales artificiales ni de las
mismas naturales trasportadas, podrán esperarse aquellas maravillosas
curaciones que se obtienen al pie de las fuentes nativas, y bien se
atribuyan tan felices resultados a la mayor actividad que allí tengan sus
principios medicinales, bien a las circunstancias que se reúnen, o por fin a
la mayor fe y esperanza de los enfermos, con tal que estos se curen, ¿qué
importa lo demás?
Sentados estos precedentes y dada que sea a conocer la naturaleza de unas
aguas minerales, el servicio más conducente, que en mi concepto pueden hacer
sus respectivos médicos directores, es designar las enfermedades y estado de
las mismas en que hayan de ser útiles y perjudiciales; señalar la época de
la temporada más conveniente a cada una de ellas; indicar los principales
fenómenos terapéuticos que les sean peculiares, para que se sepan distinguir
de los accidentales o que dependan de las mismas dolencias; establecer
reglas para poder apreciar los efectos saludables o críticos no menos que
los dudosos y nocivos; advertir por fin lo concerniente a la preparación de
los enfermos, al modo de hacer los viajes, al régimen dietético e higiénico
que requiera el uso de las propias aguas, y al género de vida que
posteriormente deba seguirse, etc. Con tales nociones, no sólo podrá
ilustrarse el juicio de los facultativos que hayan de dirigir enfermos a
baños, sino también los mismos bañistas podrán ir más bien preparados y
precavidos de cuanto concierne al uso de un remedio tan eficaz, si se toma
con método y discreción, como aventurado, si se le usa rutinaria o
indiscriminadamente.
La explanación después de las mismas nociones, reglas y preceptos por boca
del Médico director, con las oportunas observaciones que le sugiere su celo
y experiencia, disipa los recelos que suelen tener los más de los enfermos
al presentarse, les infunde mayor fe en las aguas y esperanzas más
lisonjeras de encontrar en ellas su salud. ¡Y cuánto no influye esa
confianza en la curación de algunas enfermedades!
El indicado servicio, pues, es el que me he propuesto llenar al escribir
esta Memoria, recopilando genuinamente el fruto de diez y seis años de
experiencia en la dirección de las propias aguas. ¡Quedarían satisfechos mis
deseos, si después de haber consagrado la mayor parte de mi vida al bien de
mis semejantes, lograse contribuir con este pequeño trabajo, al alivio de
algunas de sus más rebeldes dolencias!
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