Temporada. Estas aguas podrían tomarse en todo tiempo; mas para que
produzcan mejores y más seguros efectos, es menester que su temperatura esté
bastante elevada y que la estación favorezca. La época pues más oportuna, es
desde primeros de junio hasta fines de septiembre sin intermisión.
Tampoco para todas las enfermedades es indiferente que se usen en cualquiera
de los cuatro meses designados, para lo cual pueden servir de guía las
observaciones siguientes.
Las mañanas de junio suelen ser variables y frescas, secas y calurosas las
de julio y primera mitad de agosto, inconstantes hasta primeros de
septiembre, y húmedas y aun frías lo restante de este mes: por consiguiente
deberá procurarse siempre que las cualidades atmosféricas sean lo menos
contrarias posible, para la índole de las enfermedades que se han de
combatir.
Bajo este concepto, los enfermos que hayan de tomar las aguas por vía de
precaución o con el objeto de impedir la reproducción de sus dolencias de
verano, los que sufran de la cabeza , los de oftalmias, de enfermedades de
la piel, flujos vaginales, afecciones cístico-nefríticas, ardores,
estreñimiento de vientre y otras semejantes, podrán hacerlo en el primer
tercio de la temporada. Los de enfermedades sifilíticas y mercuriales,
mayormente acompañadas de dolores; los de reumas, los escrofulosos, los de
afecciones de las vías digestivas y vísceras ajenas, de obstrucciones,
ictericia y ascitis, en el segundo tercio. Finalmente, los de afectos
cerebrales, neuralgias, hipocondría, histérico y de cuantas dolencias se
reproduzcan o exasperen durante el invierno y primavera, en el tercio
último.
No se infiera de lo dicho, que estas aguas no hayan de ser útiles sino
tomándose en cada una de las épocas designadas para cada una de las
enfermedades incluidas en los cuadros precedentes, pues en primer lugar sólo
se establecen reglas generales para el mejor éxito posible, y luego que las
condiciones atmosféricas indicadas, no son siempre constantes.
Si hubiesen de tomarse dos o más veces o tandas en la misma temporada, se
procurará que pase un intervalo de cinco o seis semanas, a fin de que haya
habido lugar de poderse apreciar los resultados, no menos que para
recobrarse el paciente.
Preparación de los bañistas. Cuando se juzgue oportuno disponer a los
enfermos para el uso de estas aguas, bine sea con emisiones sanguíneas, bien
con purgantes, &c, convendrá verificarlo algunos días antes de que salgan de
sus casas, sin que nunca se pongan en camino hallándose muy débiles, y menos
con calentura, o próximos a la época o días críticos de la reproducción de
los accidentes que motiven la indicación de las aguas, ni durante los
mismos: de tal suerte que jamás se les exponga a aventurar su vida, ni a que
se agraven sus dolencias, bajo cualquier concepto que sea.
Se procurará así mismo que las jornadas no sean largas, ni por sitios
despoblados, viendo de hacerlas con las mayores comodidades posibles, sin
andar de noche, ni en las horas de mayor calor, librándose sobre todo de
tempestades y de los cambios repentinos del tiempo.
Es igualmente oportuno que descansen siquiera un día antes de tomar las
aguas.
Modo de administrarlas. Estas aguas se toman sólo en bebida por las mañanas
en ayunas.
La salida del sol anuncia la hora de subir los bañistas a la fuente: con
todo en días fríos o borrascosos, y en los meses de junio y septiembre
relativamente no conviene madrugar tanto, sin dejar de ponerse nunca ropa de
abrigo aunque sin sofocarse, no sólo para sudar con más facilidad, sino
también para evitar que se corte el sudor.
Naturalmente se comprende el motivo del por qué hayan de tomarse estas aguas
en ayunas y de madrugada, prescindiendo de las poderosas razones
terapéuticas que median para hacerlo así. Ocupado pues el estómago con
alimentos, la acción medicinal de las aguas fuera inerte, si no nociva: a
otras horas sofocaría el calor, y no se podrían resistir los paseos
consiguientes, sobre el inconveniente de tardar demasiado en desayunarse.
La dosis más común del agua que debe tomarse, es de cuatro a seis libras,
pudiéndose aumentar hasta siete y ocho en algunos casos. Esta dosis suele
distribuirse en tres tomas, subseguida cada una de ellas de un paseo de
media a una hora.
Tomada en menor cantidad no produciría generalmente los efectos que le son
peculiares por ineficacia terapéutica, y en cantidad mayor causaría una
distensión violenta y angustiosa de estómago: las contracciones de esta
víscera serían débiles e impotentes para la debida preparación y digestión
del agua; y cuando no se vomitase, o precipitase por el conducto intestinal,
ocasionando deposiciones desordenadas, jamás su absorción llegaría a ser
completa y eficaz como se requiere, para producir los efectos medicinales
consecutivos.
Cierta costumbre, nacida sin duda de la experiencia y confirmada por la
observación científica, tiene establecido el mejor método de tomar la
indicada dosis del agua distribuyéndola en tres bebidas. Tomada en dos,
militarían los inconvenientes que acaban de indicarse; y cuatro tomas
generalmente no podrían resistirse, por el mucho cansancio y abatimiento,
sin que por otra parte se consiguiesen tampoco los efectos apetecidos por la
menor cantidad de agua. Así pues, en la primera toma se beberán sólo de diez
a veinte y cuatro onzas de agua, tanto para no recrudecer el estómago, como
por no haber entrado todavía el cuerpo en calor, teniéndose por consiguiente
menos sed. En la segunda toma, que suele ser la más apetecida o que menos se
resiste, ya por la excitación que ha producido la anterior con su paseo
correspondiente, ya por el calor atmosférico, se beberán de veinte a treinta
onzas. En la última por fin, que por algunos es la más deseada en razón del
cansancio y mayor calor, y por la generalidad más repugnada, con motivo de
la fatiga y abatimiento de fuerzas, deberá tomarse la misma cantidad que la
vez anterior, por ser la que acaba de promover las secreciones y
evacuaciones ventrales; no obstante si estas hubiesen sido muy abundantes y
el bañista se sintiese notablemente debilitado después de la segunda toma,
será prudente disminuir la dosis de la tercera.
En los días fríos deberá beberse menos agua y andar más para suplir con el
ejercicio el calor de la atmósfera, y si se tuviese que beber el agua en
casa por estar el tiempo lluvioso, la cantidad debe ser aún menor, pues
entonces la digestión y absorción del agua son más lentas, y menos activas
las secreciones.
Las personas más delicadas, bien por razón de su sexo, edad, o de sus mismos
padecimientos, tomarán el agua en cantidades más pequeñas, y aunque sea la
primera toma en casa para evitarse uno de los paseos.
Conviene empezar por menos cantidad el primer día, aumentarla
proporcionalmente el segundo y tercero, tomando ya en el cuarto el máximum
de la dosis designada, debiéndose seguir en los días sucesivos, según sean
los resultados y circunstancias especiales de los enfermos.
De lo dicho se deduce que a pesar de la regla general establecida, jamás el
bañista ni por imitación, ni por creencias o inducciones erróneas, debe
excederse en lo más mínimo de lo prevenido por el Médico director, que es el
único a quien es dado apreciar positivamente la acción y efectos de los
aguas, y el único responsable y más interesado en el mejor éxito de todos
los enfermos que las toman.
Se ha indicado que a cada una de las tomas del agua debe subseguirse un
largo paseo. Esta circunstancia es de las más esenciales, como que
constituye una gran parte de la medicación.
Sabido es que con el ejercicio activo se excita no sólo el sistema muscular,
sino también todos los elementos del organismo: que se acelera la
respiración y circulación y se engendra mayor suma de calórico y
electricidad animal, &c, por consiguiente que la absorción del agua y su
transfusión en todos los tejidos de la economía, se hacen por este medio más
rápidas y enérgicas: que del aumento de acción, o sea de vida molecular de
todos los sistemas, tanto sólidos como fluidos, resulta mayor actividad en
todas las funciones y por consecuencia el aumento respectivo de las
secreciones y escreciones, que son los efectos terapéuticos inmediatos de
estas aguas.
Permaneciendo los bañistas en reposo, ninguno de los fenómenos indicados se
presentaría de un modo completo: más bien se embotarían, y así nunca los
efectos pudieran ser satisfactorios.
Después de llegar a sus casas los bañistas, han de estar un buen rato
recogidos, sin aligerarse de ropa ni ponerse en parte húmeda ni donde corran
los aires, hasta que insensiblemente se vaya disipando el sudor, o se sienta
enfriar el cuerpo; en cuyos casos es menester ya mudarse de camisa, con las
debidas precauciones.
Tampoco es prudente ponerse en mangas de camisa durante el día, aunque se
tenga mucho calor, ni menos tomar el fresco, ni sentarse donde haya
corrientes de aire, mayormente si se estuviese sudando.
Ha de esquivarse el sueño antes de comer, pues si se duerme, se turba la
cabeza y se entorpecen las secreciones; pero no perjudicará dormir la
siesta, según se tenga de costumbre, como no pase de unas dos horas.
Procurará así mismo el bañista acostarse temprano, pues sobre ser malo
trasnochar, no sienta bien el agua cuando se ha dormido poco.
Se ha hecho como de costumbre tomar estas aguas solos nueve días; pero fuera
muy del caso que ningún bañista se presentase con tiempo determinado, porque
sucede con sobrada frecuencia, dejar abandonada a la naturaleza cuando más
necesita del auxilio de tan precioso remedio para vencer la enfermedad.
Según sea el carácter de la dolencia, el estado de la misma, sus causas, &c,
se necesitarán más o menos días para conseguir su curación o alivio.
De nueve a quince días seguidos suele resistirse bien el uso del agua, mas
cuando es necesario continuar más tiempo, debe hacerse algún descanso.
Régimen dietético. No son indiferentes los alimentos que han de tomar los
bañistas, ni tampoco las horas de su distribución. En primer lugar debe
tenerse entendido que si bien la acción de estas aguas es excitante, sus
efectos son debilitantes, pues las secreciones y deposiciones que provocan,
no menos que el ejercicio y el calor, debilitan las fuerzas; y que no
reponiéndolas con alimentos nutritivos y de fácil digestión, sería imposible
soportar muchos días tan eficaz medicamento: así pues, la dieta animal
merece la preferencia, sin excluirse por esto el pescado fresco, pero sí las
legumbres y verduras, a no ser los garbanzos entre aquellos, y la calabaza y
borraja entre estas, por ser generalmente flatulentas e indigestas las
otras, sobre todo tomando las aguas.
Son también contrarias las leches, las frutas, los ácidos y toda clase de
helados; en una palabra, se tendrá por contraindicada y nociva toda
sustancia picante, acre, salada, rancia, indigesta, poco nutritiva, o que
bajo cualquier concepto pueda estimular, o por el contrario debilitar y
perturbar las funciones digestivas o asimiladoras, neutralizar la acción
terapéutica de las aguas, o producir efectos opuestos a los que les son
peculiares.
Por la misma razón deben proscribirse absolutamente los licores o bebidas
alcoholizadas.
A la media hora de haber bajado de la fuente, puede tomarse chocolate,
bebiendo otro vaso de la misma agua mineral: a mitad de mañana una sopa o
taza de caldo, pero de ningún modo alimentos fuertes, pues además de cargar
el estómago cuando todavía no se halla en estado de ejercer una buena
digestión, se quita la gana de comer al medio día y se perturba la acción
terapéutica de las aguas.
La comida deberá ser sustanciosa, pero sin grasa. La sopa de pan, arroz o
fideos será la mejor. El cocido se compondrá de carnero, gallina, garbanzos
y unos tallos de borraja o bien calabaza.
Para los que padezcan afecciones del estómago o se hallen muy delicados,
exigiendo sus dolencias una dieta mediana, lo dicho será suficiente por lo
general; pero los que no se encuentren en este caso y estén acostumbrados a
comer más, podrán añadir uno o dos principios de asado, perdiz, codorniz,
conejo o pescado de río, que es lo que más fácilmente se encuentra; pero sin
condimentarlos con especias.
Las pastas con aceite o manteca y las almendras y avellanas generalmente se
digieren mal; así es preferible un poco de dulce o no tomar nada.
Por las tardes basta el chocolate o algún azucarillo. La cena ha de ser
siempre ligera: una sopa de aceite o de caldo y un par de huevos pasados por
agua es lo suficiente: pueden no obstante tomarse los huevos en tortilla
cuando no gusten en agua, o en su lugar alguna costilla asada, pero sin
postre ninguno.
No habrá inconveniente en beber un poco de vino, si se tiene costumbre y la
dolencia lo permite.
Ni en las comidas ni a horas extraordinarias conviene beber el agua mineral,
pues suelen perturbarse las digestiones.
Téngase muy presente que nunca debe sobrecargarse el estómago, aunque sean
los alimentos de fácil digestión, ni por grande que fuese el apetito, pues
motivo de hallarse esta víscera, en cierto modo, más débil e irritable
mientras se toman las aguas, son muy temibles las indigestiones, y suelen
experimentarse alarmantes cólicos si se comen frutas u otras sustancias
indigestas. En fin, toda advertencia es poca en punto tan interesante, y
téngase también entendido por regla general, que cuanto más limpio y más
descansado esté el estómago, mejor recibirá el agua y más seguros serán sus
efectos.
Régimen higiénico. Interesa también sobremanera que durante los días del uso
de las aguas, no se entregue el bañista a ejercicios pesados, y que huya de
todo acto que pueda debilitarle y afectarle bajo cualquier concepto,
principalmente de aquellos juegos carteados que con sus reveses suelen
causar trascendentales consecuencias.
Debe cuidar mucho el bañista de no mojarse ni exponerse al ambiente de
tempestades, guardándose también de pasear después de puesto el sol y de
tomar el sereno.
Conviene dar un corto paseo por las tardes, pero que sea antes de anochecer,
acordándose de no ponerse al regresar donde corran los aires.
Fuera útil el baño de agua templada antes de empezar a tomar el agua
mineral, y aún durante y después de su uso, tanto para facilitar la
transpiración como para limpiar la piel de los productos morbosos que se
segregan con el sudor, no menos que de los residuos grasientos que se quedan
adheridos a ella.
El baño de agua corriente que desean algunos bañistas, tiene sus
inconvenientes; y no deberá tomarse, en caso, sino en días serenos, de una
completa calma, estando muy templada el agua y en sitio resguardado de los
aires, teniendo mucho cuidado de abrigarse al salir del agua, y que sea
antes de ponerse el sol.
Consideraciones generales acerca de algunos fenómenos terapéuticos. Reúnen
estas aguas propiedades tan recomendables, ya por su naturaleza, ya por su
temperatura, que apenas llega a verse nunca un mal resultado, por crítica
que sea la situación de los enfermos que las toman, con tal que no se salgan
de las reglas que se les prescriban; así es que el estómago las recibe
insensiblemente, sin que lo recrudezcan por demasiado frías, ni lo relajen o
exciten al vómito por calientes o tibias. Tampoco causan empacho, ni dolores
de vientre, pues aun la sensación de plenitud que se experimenta algunas
veces si se suele tomar en cantidad considerable, suele desvanecerse a los
pocos pasos, mayormente si se empieza a sudar o a mover el vientre y orina.
Otro fenómeno muy especial se observa también, que llama mucho la atención
de todos, y es que por muy desanimado y desfallecido que llegue el bañista a
la fuente, apenas bebe el agua siente una grata expansión, cual si tomase
alguna sustancia alimenticia o espirituosa que le reanimara.
Sorprende no menos ver algunos enfermos débiles y poco acostumbrados a salir
de casa, aun estando buenos, que después de tomar el agua dan largos paseos
con agilidad y complacencia, cuando días antes apenas hubieran podido dar
cuatro pasos sin fatigarse. Este fenómeno y otros cambios favorables que se
experimentan desde los primeros días, ¿pueden atribuirse a la virtud
medicinal de las aguas, o son debidos a esfuerzos extraordinarios de los
mismos enfermos, animados con la halagüeña esperanza de encontrar la salud
al pie de los manantiales donde se hallan? ¿Podrán si no atribuirse en parte
a los mágicos encantos que ofrece la naturaleza al descubrirse el sol en su
horizonte y a la vivificante aura de las primeras horas de la mañana, de que
disfrutan mientras pasean el agua? Mucho deberán contribuir seguramente
estas poderosas circunstancias en la producción de tan sorprendentes
efectos; pero sin el vehículo del agua, sin su virtud especial, sin tomarla
en donde nace, en vano fuera esperarlos.
Se ha dicho que estas aguas mueven el vientre, la orina y el sudor, mas no
siempre se consigue todo a la vez, ni en la misma proporción. El sudor suele
ser más o menos copioso según la disposición habitual del enfermo y dolencia
que padece, pero raras veces deja de presentarse; cuando no sucede así, la
orina suple aquella secreción. Se experimenta generalmente al humedecerse la
piel, cierta sensación de placer y mayor facilidad para andar, que anima al
bañista. Si acompaña al sudor algún olor especial, inadvertido hasta
entonces, si es craso, si tiñe las camisas, como se observa en algunos
ictéricos y en los que han tomado con profusión el mercurio, &c, podrá
considerarse como favorable.
La orina apenas deja nunca de promoverse. Es sabido que esta secreción
deberá ser más o menos abundante según sea la del sudor; pero tampoco es
siempre crítica. La que se expele poco después de haber bebido el agua,
mayormente si ha sido en mucha cantidad y que no tenga olor, color y sabor,
no se reputará como purificadora, pero sí podrá ser crítica cuando pasado
más tiempo presenta los caracteres indicados y algún otro particular, según
sea la dolencia.
Finalmente, las deposiciones de vientre, que son las más deseadas de los
bañistas, tardan algo en presentarse. Las que se obtienen durante las tomas
del agua, hasta después del desayuno, suelen ser favorables; no así las que
vienen por la tarde o por la noche, que cuando menos deben tenerse por
sospechosas. Es buena señal si se ejecutan con suavidad, con cierta
sensación de placer o desahogo, y sin abatimiento de fuerzas. El número de
ellas acostumbra a ser de tres a cinco: la primera, por lo común,
consistente y de los productos de las digestiones del día anterior, las
restantes humorales.
Tampoco se juzgaría bien por el número de evacuaciones y cantidad de
materiales. Las acuosas o serosas de poco sirven cuando no perjudiquen: las
sanguinolentas con pujo o tenesmo, revelan una irritación del recto, por lo
menos, producida por la acritud de los humores o materiales excrementicios,
que no debe despreciarse si pasa de veinte y cuatro horas. El bañista, pues,
enterará siempre, sin reserva ni demora, al Médico director, de todo lo que
vaya observando y le llame la atención mientras tome las aguas.
Por regla general podrá pronosticarse bien, cuando el bañista durante los
días que tome las aguas, sea cual fuere el número y cantidad de las
evacuaciones, la abundancia de la orina y del sudor, conserve o aumente el
apetito, ejerza bien la digestión y demás funciones asimilativas, duerma con
tranquilidad, se encuentre ágil para andar, tenga buen humor, &c: todo lo
contrario si pierde el apetito, repugna el paseo, si son cortos y pesados
sus sueños, se le indigesta lo que toma, y repugna o vomita el agua, si se
desanima o pone irascible, observándose que lejos de encontrar alivio se
agravan sus dolencias &c, debe desde luego disminuirse la dosis del agua,
quitar alguna de sus tomas, suspender su uso por uno o más días, dejándolo
por fin del todo, si a pesar de estas modificaciones no cambiase el estado
del enfermo.
Advertencias especiales. Sucede con frecuencia que algunos bañistas en los
primeros días no hacen más deposiciones de vientre que las de costumbre, o
no tantas como desean; circunstancia que les impacienta por parecerles que
no les prueban bien las aguas, y hasta les obliga a solicitar que se les
aumente la cantidad, y aun a pedir purgantes; pero no por eso debe accederse
siempre a sus deseos, pues además de que no todas las enfermedades han de
curarse por cámaras, algunas veces el estreñimiento o poca docilidad del
vientre es indicio de la resecación o ardores de los intestinos, sucediendo
el caso, que el agua es absorbida con mucha avidez hasta saturarse
plenamente todos los tejidos: mas por lo general después del cuarto día,
empiezan a presentarse las evacuaciones apetecidas, de un modo
satisfactorio, siendo esto muy buena señal.
Otras veces los humores excrementicios son eliminados por la piel y las vías
de la orina según la disposición especial del enfermo y carácter de la
dolencia, porque la misma naturaleza sabe las causas que tienden a
destruirla, sin que sea necesario para conseguirlo, esta o la otra
secreción. Finalmente, hay que atender también a la costumbre de cada uno,
pues en los que suelen llevar moroso el vientre, es más corriente: y por
último debe atenderse, no menos a la cantidad y cualidad del residuo
evacuado, pues vale más en algunos casos, una pequeña deposición, por
insignificante que parezca, que un crecido número o muy copiosas cantidades
en otros, conforme se ha indicado anteriormente.
Otra de las preocupaciones de los bañistas, nacida también del mismo erróneo
principio, es la de que cuanta mayor cantidad de agua se beba, mayor será el
número de las deyecciones. Esta creencia merece rebatirse por sus
trascendentales consecuencias. Prescindiendo de que por lo general no
corresponden las deposiciones de vientre a la cantidad del agua que se toma,
debe recordarse lo que en otro lugar se dijo con respecto a la violencia que
sufre el estómago cuando se bebe con abundancia, y la imposibilidad en que
se le pone de rehacerse convenientemente para digerir y promover la
absorción de la misma agua, resultando que si no se vomita o se orina, se
precipita por el conducto intestinal, produciendo en este caso excesivas
evacuaciones, que lejos de favorecer, molestan, debilitan y destruyen las
virtudes medicinales de un remedio, que bien administrado les diera la
salud. Así pues, no será en vano repetir que para que estas aguas den buenos
resultados, es indispensable que se tomen gradualmente y en relación al
estado del enfermo, a su edad, sexo, temperamento, carácter de las
dolencias, &c, &c; pues hacer lo contrario, es exponerse a aventurarlo todo.
Pocas veces dejan de experimentar los bañistas del cuarto al quinto día en
adelante, alguna novedad especial o sea revolución o trastorno, que suele
terminar por deposiciones ventrales. En dichos días que pueden llamarse
críticos, se ve exasperarse las dolencias, reproducirse las que se han
padecido, o cuando menos se experimenta cierta displicencia y mal estar que
les pone en cuidado, haciéndoles temer y desconfiar del buen éxito de las
aguas; mas estas novedades, alarmantes al parecer, no son otra cosa que
reacciones o esfuerzos saludables de la naturaleza, promovidos por la acción
medicinal de las propias aguas para vencer la enfermedad; así es que al
trastorno sigue la calma y el alivio.
Es muy expuesto ponerse en camino el mismo día en que se concluye de tomar
las aguas, pues nunca se halla más susceptible o impresionable el cuerpo que
entonces para afectarse de las causas que le rodean, debiéndose tener por la
misma razón mayores precauciones si cabe, que al dirigirse al
establecimiento.
Es de advertir que los buenos efectos de estas aguas no siempre se conocen
inmediatamente después de su uso; como quiera que sea, conviene que al
llegar a sus casas se observe por espacio de unas siete semanas el mismo
régimen y se tengan las mismas precauciones que se observaron cuando se
tomaron las aguas, paseando todos los días y no volviendo sino muy
paulatinamente a sus ocupaciones ordinarias. El bañista que lejos de hacerlo
así, se entregase a comilonas, bebidas y otros excesos, sin guardar regla
ninguna, o no se librase de la intemperie y demás causas que pudieran
perjudicarle, volviendo en una palabra a los mismos hábitos o vicios que
motivaron sus padecimientos, deploraría seguramente las consecuencias de su
indiscreción.
Tampoco debe esperarse la curación de todas las dolencias. Los resultados
serán por lo común proporcionados al carácter de las mismas, a su mayor o
menor cronicidad, estado, complicaciones, constitución del enfermo, edad,
sexo, oficio, género de vida y otras muchas circunstancias; por consiguiente
con tal que lleguen a mitigarse algunas, a contenerse los progresos de otras
y que se retarden y hagan menos intensos los paroxismos en las periódicas,
&c, deberá darse por bien empleado el viaje. Puede añadirse además que no en
todos los casos son calculables los buenos efectos que se obtienen, pues a
nadie es dado saber lo que hubiera sido de algunos enfermos si no hubiesen
tomado las aguas, aunque al parecer ninguna ventaja reportaran; pero sí se
ha observado que aquellos que tienen la costumbre de tomarlas y dejan de
hacerlo algún año, suelen pasarlo peor.
Por último, no puede prefijarse el número de años que sean necesarios para
conseguir la curación de todas las dolencias. No bastará uno solo para los
más de los casos, ni tampoco es indispensable que sean tres, según la
opinión vulgar. Naturalmente se conoce que cuando han probado bien las
aguas, la repetición de su uso es muy oportuno. El que se haya curado con su
auxilio, conseguirá, cuando menos, defender su salud de las causas que se la
quitaron. El que solo encuentra alivio, tendrá ese consuelo y la fundada
esperanza de contener el progreso de sus males, y aun de llegar a vencerlos:
no pocos, con la continuación, lograrán destruir hasta las más rebeldes
diatesis o disposiciones morbosas, y finalmente, y muchos se preservarán de
otras que pudieran sobrevenirles.
Si se preguntase ahora si estas aguas producirían los mismos efectos tomadas
lejos de sus propios manantiales, desde luego pudiera responderse que no,
conforme en la introducción se ha manifestado, pues además de lo que influye
en la curación de muchas enfermedades el cambio de aires, aguas, alimentos,
objetos y género de vida, contribuye también muy poderosamente la
distracción y el desprendimiento de negocios y cuidados domésticos, con
otras diferentes circunstancias que solo se reúnen cuando se toma el agua en
sus fuentes nativas. Por otro lado, a nadie se oculta lo mucho que pierde o
se altera trasportándola, tanto por los cambios de temperatura que
experimenta durante el viaje, como por la clase de vasijas en que se lleva y
modo de acondicionarlas. Debe también tenerse en cuenta que pocas veces se
guarda en casa el método que requiere su uso, y que tampoco suele tomarse a
la misma temperatura de la fuente. Finalmente, media otra razón muy
poderosa, y es que faltando los conocimientos necesarios para poder
distinguir y apreciar si los fenómenos que se observan, son producidos por
la acción terapéutica del medicamento, por esfuerzos críticos de la
naturaleza, o por otras causas accidentales, o si son los peculiares de la
misma enfermedad, &c; se procede a ciegas, se expone a errores y se malogra
la oportunidad y virtudes de un remedio que tomado en su origen diera
probablemente los resultados apetecidos.
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